lunes, 15 de enero de 2018

Las verdades dolorosas de la vida para las que nadie te prepara.

Imagen relacionada

Estoy escribiendo mientras tengo una crisis, la quinta de la semana. Aquí estoy, la misma soñadora de hace 4 años antes de ingresar a la universidad cuyo mayor hallazgo hasta el momento fue darme cuenta que la vida en sí, es la verdadera escuela. He pasado casi 20 años asistiendo a escuelas en las que me enseñaron matemáticas, biología, cálculo mental, maldita química, física, y nunca nadie me preparó para enfrentar los golpes de la vida, como aquel que enfrenté cuando a los 12 tenía la autoestima toda jodida, y mi peor enemigo era mi reflejo en el espejo.

Ahora soy una mujer joven sin rumbo y sin la menor idea de su camino en la vida; últimamente mis charlas se tratan sobre los planes del futuro, y pues, ¿Cómo respondo si la incertidumbre es mi compañera de vida desde hace un par de meses? No sé, no sé nada… Me preguntan si ya envíe más solicitudes de empleo, si ya tengo idea de cómo pagaré mi renta, si he pensado en encontrar el amor o dejar que me encuentre, en si quiero tener hijos, en si no creo que pierdo el tiempo pensando que algún día publicaré mi libro,
y nadie, absolutamente nadie me pregunta si soy feliz, o si mi cabeza está bien.

Pero en vez de acostarme a llorar en posición fetal pensé en hablar sobre las verdades de la vida, esas que todo mundo pierde de vista cuando es muy joven porque no piensas en el futuro, y que cuando eres muy grande olvidas porque el estrés atrofió tus neuronas.

Las verdades dolorosas de la vida para las que nadie te prepara son muchas, pero todo lo voy a resumir en una sola palabra: lágrimas.
Vas a llorar un montón…

Te van a romper el corazón, te van a dar la espalda, van a hablar mal de ti, vas a llorar un montón, vas a reprobar por primera vez, vas a tener que enfrentarte al mundo, vas a extrañar la comida hecha en casa, vas a llorar un montón, vas a perder amigos, se va a morir alguien, vas a vivir la tragedia de un temblor, vas a perderlo todo, vas a recordar tu niñez con nostalgia, vas a llorar un montón, no vas a ser contratado, tus sueños se quedarán en pausa, vas a preguntarte si vale la pena, vas a culparte cientos de veces, vas a aislarte, vas a tener deudas, vas a llorar un montón. Pero incluso en esos momentos de desesperación, vas a seguir, porque sabes que la vida da miles de vueltas, y que hoy puede ser un día malo, pero siempre alienta la posibilidad de un nuevo mañana.

Vas a llorar un montón… Y eso no tiene nada de malo, he descubierto que significa todo lo contrario: significa que tienes pasión y sueños por los que quieres pelear, y eso, lo que sea que te mueve, lo es todo.
La vida me ha enseñado que muerto no es aquel que se va al cielo al descanso eterno, sino aquel que estando en vida deja de creer en sus sueños y se queda sentado sin hacer nada.

Vas a sacrificar vacaciones o salidas por ahorrar dinero, vas a tener que terminar relaciones amorosas que no comprenden tu pasión, vas a tener que ausentarte algunos cumpleaños, vas a tener que desvelarte, vas a tener que madrugar, vas a tener que prepararte, leer, ir a cursos, experimentar, dejar que la vida te golpee una y otra vez hasta que aprendas a moverte a su ritmo y que no le quede más remedio que rendirse. Así, solo así, todo lo amargo habrá valido la pena; porque honestamente duele, duele mucho, pero la vida sin el dolor nos dejaría un sendero abierto sin lecciones, sin aprendizaje, sin sabiduría, y pues, ¿Quién quiere morir sin tener buenas anécdotas para las cenas navideñas familiares? Nadie, nadie quiere morir con título de héroe sin haberse roto hasta las entrañas por cumplir sus sueños.

Aquí estoy, la misma soñadora de hace 4 años antes de ingresar a la universidad cuyo mayor hallazgo hasta el momento es darse cuenta que la vida en sí, es la verdadera escuela. No lo sé, tengo un buen presentimiento sobre los propósitos de la vida, de la mía, de la tuya, de la de todos; tal vez soy una soñadora empedernida que cree que todo es posible, o tal vez simplemente después de todo la vida me enseñó que puedo, que no nací con ganas para perderlas solo porque estoy aprendiendo a sobrevivir en un mundo lleno de tiburones esperando devorarme;
Quizá el único realmente persiguiéndonos a todos es el miedo, y no quiero seguir siendo su víctima, no quiero que nadie lo sea.

La vida es hermosamente dolorosa, el final de algo siempre es el inicio de otra cosa, las despedidas dejan de doler, los obstáculos solo forman parte del camino, el tiempo es el doctor más sabio de todos, es gratuito y todos podemos consultarlo; el objetivo no es llegar a la cima, sino vivir al máximo cada tramo del recorrido hasta ella. Y sí, hoy por algún motivo me siento incapaz, un poco triste, pero siempre, siempre se tiene la posibilidad de cambiar las cosas en las siguientes horas. Probablemente me levante, me sacuda, y vuelva a andar como siempre, porque podré dudar, pero jamás renunciar.

(Y espero tú hagas lo mismo).

Texto por: Arte Jiménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario