Creo yo, que no hay despedida más triste que aquella que uno da sabiendo que no quiere irse, que lo quiere intentar un poco más, pero que a la vez es bien sabido que sería algo inútil permanecer en un sitio en donde no te quieren más. Así que yo y mis ganas, huérfanas, nos refugiamos en la soledad encontrando esperanza de poder recuperarme a mí misma.
Cancún, por ejemplo, me recordó que aún puedo conquistar a más personas, que no eres el último ni el único que podría desearme; recuerdo haber tomado tres palomas hasta sentirme en confianza de poder bailar en medio de desconocidos y recuperar aquella chispa que uno pierde cuando le rompen el corazón.
Y es extraño, porque aunque pasé un buen tiempo deseando que volvieras, hoy, dos meses después de tu partida, puedo asegurarte que está bien…
Está bien que te hayas ido con alguien más.
Está bien que no sea yo con quien estés en la noche.
Está bien que no sea yo quien te bese ahora, porque cuando descubras que no estoy más a tu disposición, y mucho menos con ganas de volver a estar contigo, la realidad te caerá como balde con agua fría. Y entonces sí, desearas haberme puesto atención aunque fuera por cinco minutos más.
Lo creo porque finalmente te quise de manera comprometida, te entregué cada centímetro de mí, y te dediqué hasta uno de mis mejores textos. He perdido el sueño, he estado en vela, se trataba de algo sincero, profundo; en este mundo carente de buenos sentimientos, tuviste la oportunidad de no ser mal herido quedándote a mi lado, pero no.
Como dicen por ahí: “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo ve perdido”, y realmente creo que tú jamás sabrás lo que valía hasta que me veas haciendo todas las cosas (y hasta más) que hacia por ti, hacerlas por alguien más. No te va a gustar, estoy segura, pero espero recuerdes que no estaríamos apartados de no ser por ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario