sábado, 29 de julio de 2017

Me gustan las personas con olor a quiero, puedo y me lo merezco



Las personas de alma humilde y corazón valiente cautivan. Atrae quien no se rinde, inspira quien tiene claro su camino sin importar cuántas alambradas se alzarán a su paso. Nos gustan ante todo esas personalidades que no saben de rendiciones, y que en un momento dado lo hicieron: aprendieron a amarse a sí mismas.

Si valioso es disponer de amigos y familiares con este tipo de perfil y de actitud, aún es más importante convertirnos nosotros mismos en una de esas personas, de esas con olor a quiero, puedo y me lo merezco. Ahora bien, si algo nos deja entrever a menudo esta sociedad, es que quien se atreva a decir esta misma frase en voz alto pecará de cierto narcisismo.

Quererse a uno mismo es posiblemente la raíz más valiosa de nuestro bienestar psicológico. Esta dimensión es, ni más ni menos, la que garantiza nuestra supervivencia, tanto física como emocional. Es este cariño también también el que nos permite sobrellevar con mayor o menor acierto los vaivenes de nuestra vida y de esta compleja sociedad, que tiene al menos tantas contradicciones como nosotros.

Sin embargo, en ocasiones tenemos la clara sensación de que eso de “quererse” a uno mismo, de decir en voz alta que somos merecedores y capaces de cualquier cosa, es poco más que un acto exacerbado de mal gusto. A ojos de muchos corremos el riesgo de padecer pedantes, egoístas y por supuesto, narcisistas.

Pensemos: ser altruista, noble y humilde es algo bueno e incluso necesario, pero para disponer de una adecuada salud psicológica es necesario invertir en esas otras dimensiones a veces descuidadas: el auto-respeto, la auto-confianza, el amor propio, la dignidad personal…

El narcisismo sano que a veces descuidamos

La palabra “narcisismo” nos provoca ya de por sí cierto rechazo nada más escucharla. Sin embargo… ¿y si te dijéramos que existe una vertiente sana que todos de algún modo necesitamos? Por curioso que parezca, cada uno de nosotros llegamos al mundo con la necesidad de querernos a nosotros mismos “instalada de fábrica”, es como un programa genético que más tarde y por muy diversas razones, acabamos llevando a la papelera de reciclaje o esposando y amordazando para que no nos avergüence.

Para entenderlo mejor no tenemos más que pensar en los bebés y en los niños de de 3 o 4 años. En su comportamiento se inscribe una red de narcisismo esencial que busca exclusivamente el que sus necesidades básicas, ya sean físicas o emocionales, se vean satisfechas. No lo hacen por egoísmo, lo hacen primero para sobrevivir y después como parte de su desarrollo psicológico y social más temprano.

Más tarde este reflejo, este instinto, puede tomar tres caminos distintos:
  • La primera, que el niño llegue a pensar, por la interacción experimentada con su entorno, que es indigno de recibir amor. Sus necesidades emocionales no son satisfechas y poco a poco cae en una espiral de auto-degradación donde se destruye por completo su autoestima. Si entiende que los demás no lo aman, tampoco se amará a sí mismo.
  • La segunda vertiente es igual de negativa, hablamos como no del narcisismo exacerbado, ahí donde el niño desarrolla una necesidad extrema por buscar la atención y el elogio del adulto. Necesita de ese refuerzo externo, persistente y continuo para sentirse validado y conseguir poder. Poco a poco, y a medida que crezca, esta práctica seguirá siendo su principal necesidad: buscará ser siempre el centro de atención y su única preocupación será él mismo.       
  • Por último, y en la versión más saludable, tenemos al niño o al “pre-adolescente” que ha podido conservar ese narcisismo saludable donde entender que quererse a uno mismo es básico para sobrevivir. Así, poco a poco, en lugar de exigir la atención constante y ese refuerzo de su entorno para sentirse validado, ha logrado desarrollar una fuerte autoestima con la cual sentirse capaz, saberse digno, valiente y merecedor de conseguir aquello que desee.

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